UNA MISMA FORMA DE PENSAR
Un mismo pensamiento, cimentado en
una ideología, es lo que todo líder quisiera inculcar en sus seguidores.
Seguramente, todos hemos oído el famoso dicho de que la unión hace la fuerza. Jesús
mismo, cuando fue acusado de echar fuera demonios en nombre de Belzebú, defendiéndose dijo: «Todo
reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí
misma, cae.» (Lc 11,17). Por tanto, la unidad es imprescindible para la
construcción y el mantenimiento de cualquier organización.
Ahora bien, ¿cómo crear la
unidad?, y más importante aún, ¿cómo mantenerla? Básicamente, a través del
establecimiento de criterios y formas de pensar universales. Veremos dos
posibles opciones:
1. Mediante
una ideología.
La historia de la humanidad está
llena de episodios dominados por ciertas ideologías humanas, las cuales nacen
del pensamiento de algún individuo capaz de contagiar sus ideas o creencias a
la colectividad, pudiendo así gobernar la conducta social. Algunos ejemplos
conocidos son el comunismo, fascismo, liberalismo, ecologismo, feminismo,
anarquismo, ciertas creencias religiosas
y como no olvidar la tan actual
ideología de género.
La clasificación de las distintas
corrientes ideológicas suele realizarse mediante una tipología con base en su
finalidad, estableciéndose así cuatro grandes categorías:
- Ideologías reaccionarias: Estas parece ser que añoran
y desean recuperar algún tipo de sistema social, económico o político pasado, o
ciertas de sus características.
- Ideologías conservadoras: Defienden y racionalizan
el orden económicosocial y político que existe en algún determinado momento de
la historia, sin buscar grandes cambios.
- Ideologías revolucionarias: Apoyan y luchan por
cambios cualitativos en el orden económico, político y social.
- Ideologías reformistas: Buscan la manera de
favorecer el cambio. No es tan radical como la anterior.
Como quiera que se la ideología,
en numerosas ocasiones se trata de instrumentos sociales nacidos en el Mundo
para servir a los intereses de los gobiernos mundanos, los cuales normalmente
difieren de los intereses de Dios. Más aún, fácilmente se convierten en sistemas,
más o menos encubiertos, opuestos a los intereses del pueblo Santo de Dios.
La estrategia más común para
inculcar ideas y conseguir una uniformidad de pensamiento consiste en atacar
incesantemente la mente de los individuos (cuanto antes mejor), en ridiculizar
y desacreditar lo opuesto, en legislar a favor del propio pensamiento y en
discriminar, oprimir o ejecutar a los contrarios. En resumen, las ideologías
mundanas únicamente pueden conseguir el orden y la obediencia por medio del
miedo, el castigo y la eliminación de lo opuesto. Así es como Satanás mantiene unido un reino
donde no existe el amor, ni la amistad, ni el compañerismo, ni nada parecido.
Pero sí existe el miedo, la tortura y el castigo a los desobedientes. Y así es
como actúan los gobernantes y reyes que se han doblegado al poder de las
tinieblas, los cuales «Están todos de acuerdo en entregar a la Bestia el poder
y la potestad que ellos tienen. Ellos harán la guerra al Cordero» (Ap
17,13-14).
Por muy buena que parezca una
ideología mundana, Dios nos dice: «no os acomodéis al mundo presente, antes
bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto»
(Rm 12,2), y en otro lugar: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si
alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1Jn 2,15). Porque «no
sois del mundo» (Jn 15,19), y por tanto toda corriente de pensamiento que no
lleve a Jesucristo es inútil e ineficaz. «Nosotros somos ciudadanos del cielo»
(Flp 3,20) y no podemos aceptar ningún camino que no nos lleve a casa, porque
sería una lamentable fatalidad. Invito a rogar al Señor con las palabras del
salmo 69: «Que no me arrastre el oleaje» (Sal 69,16).
2. Mediante el
Espíritu Santo
Otra forma de crear y mantener
unidad, y realmente la única verdaderamente eficaz, es mediante la acción del
Espíritu Santo. Sólo aquellos cristianos que se dejan moldear por la Palabra de
Dios, gracias a una búsqueda humilde y sincera de la Verdad, reciben la
bendición de obtener los mismos criterios, sentimientos y forma de pensar de
Jesús ante las realidades naturales y sobrenaturales. Únicamente Dios, a través
de su Espíritu, puede realizar el milagro de la verdadera unidad. Dicho de otra
manera, no hay comunión sin Espíritu Santo. Que hermoso es cuando podemos decir
con San Pablo: «…nosotros, aunque somos muchos, no formamos más que un solo
cuerpo en Cristo» (Rm 12,5).
No hay ideología, filosofía,
creencia, idea, camino o cualquier otra proposición que tenga validez si no nos
lleva Jesús y, en consecuencia, a formar un solo cuerpo en Cristo, para gloria
de Dios.
La división es la manifestación,
visible o no, de la existencia de diferentes formas de pensar y criterios
incompatibles entre sí. Cuando esto sucede entre cristianos significa que
alguna de las partes, o todas ellas, posee criterios diferentes a los de Dios.
Porque si todos estuvieran gobernados por la misma forma de pensar no existiría
tal división. Consciente de esta realidad, Pablo hacía este llamamiento a los
hermanos de Corinto: «Os exhorto, hermanos, en nombre de nuestro Señor
Jesucristo, a que seáis unánimes en el hablar, y no haya entre vosotros
divisiones: a que estéis unidos en una misma forma de pensar y en idénticos
criterios» (1Co 1,10).
Aunque dentro de la Iglesia
existan multitud de estilos espirituales, morfologías, vocaciones, etc…, sea
cual sea el llamado individual de Dios a cada uno de sus hijos para
incorporarse en alguna de las realidades de su Iglesia, siempre debería reinar
la unidad en lo fundamental. «Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy
de Apolo», ¿no procedéis al modo humano?» (1Co 3,4) . Cuando actuamos creando
divisiones y partidismos somos del mundo, pero cuando vivimos la unidad y la
comunión somos de Cristo (cf. 1Co 3,23). ¡Qué maravilloso gozar de una
verdadera comunión entre hermanos!. Pero, no nos dejemos engañar cuando alguien
proponga llegar a ella mediante la aplicación de técnicas exclusivamente
humanas, por muy buenas que parezcan, ya que únicamente se trataría de
uniformidad inducida.
Hace tiempo, observando la actitud
de diferentes sacerdotes, constaté que no existía comunión entre algunos de
ellos, así como tampoco con algunos seglares. Es típico atribuir esta situación
a muchas circunstancias que conducen a tópicos como: clásico, anticuado, carca,
ortodoxo, conservador, tradicional, moderno, actual, progre, etc… ¡Todo un
mundo de posibles etiquetas humanas!. Analizando aquella situación, recordé un
sacerdote que murió hace unas dos décadas a la edad de 72 años, el cual tenía
gran fama de conservador, motivo por el que no era aceptado por un sector
importante del pueblo donde ejercía su ministerio. Pero curiosamente sus
eucaristías atraían a muchas más personas que las de otros con estilos y
lenguajes considerados más “modernos”. ¿Qué sucedía? Aquel cura de pueblo
mantenía tal comunión con el Espíritu Santo que, aunque su educación era de
otro tiempo, sabía reconocer La auténtica presencia del Espíritu en las múltiples
realidades de la Iglesia, tuvieran estilos modernos o antiguos, al mismo tiempo
que podía compartir una verdadera oración con ellos, así como discernir falsas
apariencias, que trataba con dura inflexibilidad. Se trataba de un ejemplo de comunión
con Dios y con otros hermanos en mismo Espíritu. Porque la comunión no viene determinada por un
estilo, una cultura, unas formas, una educación…, sino por la presencia viva y
eficaz del mismo Espíritu Santo que obra en todos aquellos que se dejan moldear
y nos une en Cristo Jesús, único Señor de Cielos y Tierra.
Los cristianos, es decir, los
verdaderos cristianos no viven sujetos a diferencias humanas. Su nacionalidad
no importa, ni su raza, ni su idioma, porque somos hijos de Dios (cf. Rm 8,16;
Ga 3,26), y por tanto pertenecemos a un reino que no es de este mundo (Lc
22,13; Jn 18,36), cuyos criterios tampoco son de este mundo. Como dice San
Pablo: «…nosotros, aunque somos muchos, no formamos más que un solo cuerpo en
Cristo» (Rm 12,5). Benditas diferencias y bendita unidad con todas ellas.
También nos dice el Señor, por medio de la carta a los Filipenses que tengamos
«un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo y buscando todos lo mismo» (Fl
2,2-5), lo cual no es otra cosa que la voluntad de Dios.
Sabemos que hay quien está
empeñado en causar divisiones, escándalos y, básicamente, en apartarnos de la
santa doctrina (cf. Rm 16,17) usando toda suerte de ideologías, pensamientos y
noticias manipuladas e interesadas. Primero quieren alejarnos de Jesús, y una
vez desarmados de la protección espiritual su intención es destruirnos, no sin
antes manipular nuestra mente hasta convertirnos en sus esclavas marionetas. Mas
lo peor es entrar en esta maléfica transformación sin ser conscientes de ello y
convertirse en fiel seguidor de falsas ideas pensando que se ha elegido un buen
camino.
Jesús nos dice: «Mirad que no os
engañe nadie» (Mt 24,4). Y entre muchas verdades, a través de San Pablo, el
Señor nos dice: «Os digo esto para que nadie os seduzca con argumentos engañosos»
(Col 2,4); «Velad y manteneos firmes en la fe; tened valor y sed fuertes » (1Co
16,13). Que esta sea nuestra consigna permanente para mantenernos firmes ante
los enemigos, sin dejarnos intimidar en nada por los adversarios (cf. Flp
1,27-28) que no cesan en su intento de manipular nuestra mente.
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